domingo, 21 de diciembre de 2014

De cómo un sábado tonto acaba uno jugando a Satarichi



Prologo: Lo que aquí se narra es absolutamente cierto y fiel a la realidad. Si eres una persona medio normal lo vas a considerar una perdida de tiempo. Conste el aviso en el acta señor notario.

Procedo pues, y quizás contra mi buen juicio a rememorar y relatar la aventura de Satarichi que jugue en las ayudar jugando, con Crom de Las Cosas de Crom como master.

Si después de esto seguís leyendo que Saitam os pille confesados.

6 de Diciembre de 2014, después de comer en las Ayudar Jugando, sitas este año en las Cocheras de Sants, en Barcelona. Es una hora muy tonta, hay muchísimas partidas colgadas y de repente un colega me dice “yo me he apuntado a jugar a Satarichi”.

Seamos francos, en ese momento exclame un sentido “no me jodas”, pero luego fui directamente a apuntarme a la partida como si no hubiera mañana. Para eso están las jornadas: hacer cosas que normalmente no haces en casa, ni ganas vamos.

Un hora más tarde y un asalto a la tienda después, cuales borreguitos en el redil acabamos en la mesa tres jugadores y el master para que se nos uniera un cuarto jugador que también le tenia ganas al asunto. “Caramba, pues para ser un juego tan malo despierta mucha expectación” pensé.

Y he aquí que se desataron los infiernos… o algo vamos… Crom, que resultó ser el master, nos introdujo en el fastuoso mundo de Satarichi, un lugar donde todas las razas eran menos de fiar que un condón de calceta y cuyos sentimientos interculturales variaban del asco al desprecio pasando por el odio (más buena gente todos en Caelum, que así se llama el mundo de juego…)

Ya metidos en harina de que iba el asunto creamos nuestros personajes: Un elfo kentauro (o gris, o Belén Esteban, ya no me acuerdo) que nos despreciaba a todos, un semi ogrus (o algo así) que nos tenia asco, un Satarichi más chulo que hecho de encargo (y que nos menospreciaba) y un servidor que llevaba a un Ninja Ocre Iberum que no quería tener nada que ver con gente tan odiosa. El sistema de creación es rápido, fácil, ágil… y tremendamente absurdo.

Estábamos los jugadores, teníamos master, nos habían explicado el sistema, dado equipo y no, no estábamos listos para comenzar a jugar. El que diga lo contrario miente como un bellaco. Pero empezamos a jugar no sabemos aun muy bien porqué narices (bueno si, el entusiasmo de Crom y que fuera un master con chistes que hacen gracia supongo que ayudaba).

La aventura (la del libro básico señores ¡no cualquier aventura de tres al cuarto!) comenzó con misteriosos pergaminos lanzados a los caminos del lugar de origen de mi personaje por un poderoso sacerdote del sur (sí, el gancho de la aventura era paisano mío). Hay que reconocer que el sacerdote no escatimaba, porque daba pergaminos a destajo pidiendo voluntarios para una misión, así que los cuatro tipos más despreciables y que menos se soportaban entre si nos fuimos a su templo a que nos contara de que iba la cosa.

Podría hablar de la encarnación que hizo Crom del sacerdote, de lo difícil que es leer un texto sin el 80% de los signos de puntuación necesarios, incluso podría extenderme sobre lo fácil que es que un grupo de seres despreciables sean llevados ante un señor igualmente despreciable que da monedas de orión (si, Orión, no me he equivocado) como si le crecieran en el jardín. En resumen: la misión consiste en ir lejos muy lejos a traerle de vuelta un amuleto que le han robado, pasando de la población civil secuestrada, sobretodo, esto último es muy importante, que lo dice un sacerdote que da dinero a cambio de misiones lejos muy lejos.

A partir de aquí, las cosas se vuelven todavía más raras, confusas e incomprensibles. Si hasta ahora os han parecido todo eso y en algún modo os ofende o afecta, por favor no sigáis leyendo. Es un aviso.

Después de salir de la ciudad cuyo nombre no puedo recordar atravesando una puerta con otro nombre prescindible, salimos a la naturaleza, al campo… un campo y una naturaleza vallados con una muralla enorme en uno de los lados y un río por si acaso. Y supongo que a causa de la muralla no hubo nadie con quien encontrarse en todo el día (un día en el que recorrimos a pie la nada desdeñable distancia de 100 kilometros…)

Durante la primera noche de nuestro grupo de mala gente que no se traga tres lobos atacaron al grupo de muy malas maneras, y aunque parezca increíble, y pese a que se comieran a otro representaba cierta satisfacción conseguimos bajarnos a los lobos a lo bruto, a espadazos, convirtiendo a uno de ellos en sangriento confetti gracias a una tirada de de daño descomunal de su seguro servidor, el ninja del grupo armada con una espada bastarda (de verdad, en serio… pese a gastarse todos los puntos en ataque aun le faltaba uno para poder usar una katana…) ¿El botín que nos dieron los lobos? Tres antorchas. Si, lo entiendo, sentaos un rato y respirad profundamente si queréis, os hará falta resuello para seguir.

Pasado el trago de los lobos, y equipados con nuestras nuevas (y pestilentes) antorchas, mientras íbamos recorriendo los cien kilómetros diarios a paso tranquilo… ¿DE REPENTE! Un bellísimo vendedor de pociones anuncia su mercancía al grito de “pocioneeeeeeeeeroooo”, en mitad de la nada, a 200 km. de una ciudad, con un carro cargado de pociones. No hace falta resumir como llegamos a las manos, pero el pocionero (de bello aspecto) ingería una poción que le convertía en gigante para darnos la del pulpo y la de su primo. Resultado final, un herido por golpe de escroto gigante, el grupo herido por una pífia del satarichi que entró en estado de frenesí y, euforia y exxxxtasis y un gigante (de envidiable belleza ¿lo había dicho ya?) empalado en un abedul que había por allí. Así que le robamos las pociones, obviamente, recordad que éramos despreciables y mala gente en general.

El próximo encuentro, ya en tierras de Araf, y aun manchados con la sangre del bellísimo vendedor de pociones nos topamos con un mercado negro regido por Arubs, un mercado negro que solo vendía a mitad de precio, de comprar nada. Así que uno de nosotros le compro un gato muerto disfrazado como una mujer al buen vendedor porque “era lo más barato que tenía”.

Y he aquí que mientras yo iba a comprar bebidas al bar de las jornadas… atacaron unos bandidos Arub, porque ya se sabe, los arub son bandidos risueños que te van a matar, pero con alegría (aunque también te desprecien). Resultado final: mala gente despreciable 5 arub risueños y ladrones 0. Y sí, conseguimos más antorchas, no se me ocurrió preguntar donde las llevaban dado el antecedente de los lobos.

Y porqué no: OTROS 100 KILOMETROS RECORRIDOS A PATA EN UN DÍA (los especialistas de ultratrail muertos de envidia oye)

A estas alturas de la película ya nos estábamos preguntando todos cual sería el próximo encuentro: ¿zombies funambulistas? ¿demonios que bailan claqué? ¿otra raza del mundo que nos odiaba a muerte al menos tanto como nosotros a ella? Pues no.  El encuentro fueron duendes malignos y malvados que escribieron cosas en nuestra frente como “vagina” o “pene”, se llevaron nuestras cosas y supongo que se mearían en las raciones de viaje. Y todo esto fue así debido al maravilloso sistema que convierte sacar una tirada en una utopía inalcanzable ¡Pero no pasa nada! Al final nos dimos cuenta que algo pasaba, fuimos a por ellos y sufrimos (si, lo sufrimos, todos los jugadores éramos varones) un crítico de muchos puntos de daño en la ingle a uno de los duendes. Claro, fue un pedazo de crítico, pero ninguno se alegró (y ahora lamento no tener fotos de las caras de compungimiento colectivo).

Tras este encuentro y un total de 600 km. recorridos en seis días (adelantando a la legión al trote si nos la llegamos a cruzar…) llegamos en plan escalextric (¡ni te salgas del carril!) a un lago al lado del cual hay una torre. Claro, la torre es el objetivo de marras donde estará el amuleto. Fuera de la torre y a la vera del lago hay treinta (¡30!) reptilianos haciendo sushi con los aldeanos secuestrados, no sabemos aún si por gusto, por placer o porque se aburrían.

En estas, que ante el dantesco panorama, con poquísimas ganas de ayudar a nadie que se estuvieran zampando vivo y con un alijo de pociones que haría palidecer al cártel de Medellín… decidimos tirar de las mismas para llegar a la torre sin ser vistos por virtud de los más variados y estúpidos efectos. Para nuestro decepción no explotó nadie, nadie cambió demasiado de color (salvo uno que se hizo invisible) y todos llegamos a la torre ignorando completamente a los indefensos aldeanos que estaban siendo convertidos en pienso de reptiliano. Porque es verdad, nuestros personajes eran gente despreciable, vil, ruin y con severos problemas de relaciones interpersonales.

¡Pero no perdamos hilo de la trepidante aventura! Entramos por una caverna directos a la torre, vimos un lugar sucio lleno de huesos con un altar y arañas y ratas que corrían por los rincones (rincones estos de una torre de base circular debo añadir). La tensión se mascaba en el ambiente (o no) y como no había nada valioso en el altar ni en los aledaños tiramos para arriba por la única escalera del lugar, algunos dirían que valientemente… pero los que estuvimos sabemos la autentica razón: el absurdo había escalado tan alto que no podíamos soportarlo más y era probable que muriéramos a carcajada limpia.

Y por fin, tras sufrir la posiblemente más atroz y peor construida aventura de un juego de rol a la que haya jugado nunca, llegamos al sancta sanctorum del malo, el enemigo final, el tío más malote de todos los tíos malotes de toda la aventura llena de gente que se desprecia entre si… lo malo es que no pudimos ver una leche porque a cada paso que dábamos estaba todo más y más oscuro y más y más roto y todo era más y más estrecho y a Crom se le escapaba la risa tonta. Ojo, a mi también se me hubiera escapado tras describir que estábamos en una especie de cuarto oscuro con algo que te respiraba cerca del cogote.

Resulta que lo que nos estaba echando el aliento era una especie de tortilla de patatas gigante que se había quemado en la sartén y quedado color negro carbonilla. Con el ego subidito, garras (no sabemos muy bien en que parte de la tortilla) y de nombre Belcebú o como se escriba. La tortilla de papas ni corta ni perezosa nos exigió que le sacrificáramos una vida y nuestro karma para perdonarnos, rechazo cualquier intento de negociación (incluso el ofrecimiento del gato muerto comprado en un mercado negro a 300 km. de distancia…). Así que pasamos a lo único razonable que podía hacerse: liarnos a tortas con una tortilla de patatas quemada y voladora. En este punto mi heroico ninja ocre iberum cogió aire, y con toda su templanza, valor y buen hacer le espetó al monstruo “Oye Belcebú ¡me vas a comer la polla!”. El tremendo demonio, lejos de amilanarse, y con gran porte y portentosa voz me contestó “pues me voy a quedar con hambre”. Tras lo cual me metió un viaje mortal…

Pero señores, esto es Satarichi. Da igual que alguien  muera mientras tenga puntos de Karma, y al grito de ¡Tabla de muerte! ¡Tabla de muerte! Que repetían mis co-jugadores Crom tiró dados y me pregunto si mi personaje creía en algún dios, porque MAGIA, ahí volvía a estar mi ninja espada bastarda en mano y con ganas de jarana.

Y fue en este momento, cumbre del clímax, final de finales, apoteosis de la vida aventurera… que Belcebú pifió y se murió de un infarto. No, en serio, el puto demonio se murió de un infarto delante de nuestras narices. Feneció agarrándose donde sea que tiene el corazón una tortilla de patatas demoníaca y flotante que se les quemó en la sartén.

Aun flipando por lo anticlimatico que fue todo, y tirando de mas drog… POCIONES, volvimos al templo de la ciudad en el sur de Iberia de cuyo nombre no me da la gana acordarme a por nuestra recompensa, para poder seguir nuestro camino mientras nos despreciábamos mutuamente para siempre.

Una gozada oye, repetiría hoy mismo.



Para prueba de que todo esto tuvo lugar, mi hoja de personaje. Sí, en efecto, lo de la esquina inferior derecha es un pene con sus dos pelotillas. No pregunteis, de verdad, ahorraroslo.

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