En esta vida todo es cuestión de paciencia.
Bruno había oído demasiadas veces esa afirmación, como si la paciencia por si sola fuera capaz de hacer que las cosas sucedieran.
Sentado en la desvencijada sala de espera la paciencia era sin embargo una virtud necesaria.
Como muchas otras veces estaba en el lugar adecuado, esperando al momento oportuno. Le pareció irónico que ese lugar fuera una sala de espera abandonada, pero los sueños nunca le habían mentido. Cigarrillo tras cigarrillo dejaba pasar el tiempo.
Entonces ocurrió.
Que en ese preciso momento hubiera alguien sentado en ese lugar exacto fue el desencadenante: un ratón evitó cruzar la sala, salió al exterior, una lechuza capturó al ratón y subió a la azotea de un edificio dos calles más allá para comérselo. Eso aflojó una teja que se precipitó al vacío, incrustándose cinco pisos más abajo contra el parabrisas de un coche mientras circulaba. El conductor maniobró sobresaltado y el choque contra una farola acabó con su vida.
A la mañana siguiente el pago en criptomoneda quedó confirmado mientras Bruno se tomaba su café. No tenía el trabajo más trepidante del mundo pero sí uno de los mejor pagados.